Papa Francisco – Siervo de Dios, fiel a la verdad, verdadero discípulo del Señor Jesús.

El mundo se despidió de Jorge Mario Bergoglio, el sacerdote jesuita argentino que al tornarse el ducentésimo sexagésimo sexto papa de la Iglesia, sorprendió a todos con su carisma y humildad que hizo a muchos a creer en la posibilidad de un mundo con más amor, con la verdadera paz y fraterno respeto. Al ser presentado como nuevo papa, el 3 de marzo de 2013, Francisco no se presentó como el sucesor de Pedro o como el líder de la Iglesia universal, pero sí dijo a la multitud, que lo esperaba en el parque central del Vaticano, que el objetivo del cónclave era dar un obispo a Roma y así lo buscaron en el “fin del mundo”.
Esa expresión primera, además de mostrar su simpatía para la gente, también lo mostró como un hombre de profunda humildad. Ya desde el inicio dejó claro que su pontificado reafirmaría la evangélica opción preferencial por los pobres, que tuvo su inspiración en el Concilio Vaticano II y que fue consolidada en las Conferencias latino-americanas episcopales de Medellín (1968) y Puebla (1979), y reafirmadas en las siguientes.
Lo magnifico y sorprendente del Papa Francisco fue su capacidad de transformar su grandeza espiritual en sentido humanamente práctico. El himno cristológico de San Pablo en la carta a los Filipenses (2,2-11), resume perfectamente la humanidad de Francisco en su pontificado. En la oración principal del cristiano, el Padre Nuestro, enseñada por el propio Jesús, decimos al Señor “que sea hecha tu voluntad en la tierra como en el cielo”. En medio de la realidad opresora y gananciosa del mundo, establecida por la soberbia humana, si tenemos el deseo de cumplir la voluntad de Dios, necesitamos vaciarnos de nuestra humanidad caída y llenarnos del amor de Dios, para así vivir en plenitud y profundo amor con los hermanos y con toda la creación divina. El papa Francisco, ante todo, buscó vivir esa perfección del vacío humano para estar lleno y repleto de Dios, aun en su condición de fragilidad humana y pecadora.
Ya en la profecía de Isaías (50), encontramos la imagen del siervo de Dios con la misión de liberar a su pueblo, pero no a través de la fuerza o de la imposición del poder. Es un siervo obediente: “con una lengua ejercitada para hablar” y “un oído para prestar atención como discípulo”. El diálogo con Dios (escuchar y hablar) debe ponerse también al servicio de su pueblo. Así lo hizo Francisco en su misión de discípulo del Señor Jesús y siervo de Dios. Supo ejercitar su lengua para el anuncio del evangelio y transmitir con palabras y con su naturaleza de persona amorosa, lo que Dios quiere que hagamos en su nombre, que es promover su Reino donde la justicia y la paz forman su estructura.
La fe que encontramos en Francisco nos debe inspirar al encuentro con Dios en todas las cosas existentes, exactamente como nos orienta la espiritualidad de San Francisco, que inspiró el pontificado que se concluye. La humildad y el respeto a la vida y a los dones de la creación, reflejada en el testimonio del Papa Francisco, nos demuestra que Dios está presente en todo y en todos, lo que justifica el acogimiento pleno de las personas sin distinción, como nos enseña San Pedro en el libro de los Hechos de los Apóstoles (10,34-48): “Dios no hace acepción de personas”. En el verdadero cumplimiento de las bien-venturanzas, el Papa Francisco amó a los pobres porque reconoció y tenía pleno entendimiento de que de ellos es el Reino de Dios (Mt 5, 3).
La consciencia de Francisco lo hizo un hombre entregado a la misión de Jesús. Esta misión, en la Iglesia, la realizó con base a las obras de misericordia, enfocándose sobre todo en los más vulnerables, animándoles a vivir en la esperanza y teniendo la experiencia del amor y de la caridad. Las cuatro encíclicas y las tres exhortaciones de Francisco, iluminan nuestro caminar de discípulos del Señor y nos hacen comprender el sentido de fe que tenemos, y la naturaleza del discipulado que podemos ejercer como miembros de la Iglesia que sigue la luz del evangelio. La primera encíclica, que fue la conclusión de la última de Benedicto XVI, con el título de Lumen Fidei (2013), nos instruyó a caminar por la Luz de la Fe teniendo como referencia la valentía que tuvieron los apóstoles.
En la encíclica Laudato Si (2015), fuimos invitados a reconocer el amor de Dios por nosotros a través de la contemplación de los dones de la creación. Con ello, la belleza de todo lo creado debe ser fuente de nuestra espiritualidad de confianza en Dios. En Fratelli Tutti (2020), encontramos una gran fuerza para la vida en la verdadera fraternidad: si nos reconocemos hijos de Dios por la encarnación en Cristo, debemos buscar la compresión de que somos todos hermanos. La Dilexit Nos (2024), nos inserta al entendimiento del verdadero amor, visto desde Dios y desde los hombres. Este amor, Francisco lo vivió y expresó de forma clara y concreta para todos.
Ya en las tres exhortaciones, los temas y asuntos destacados nos llevan a una cercanía con Dios, y en ellas se reflexiona que en el mensaje del evangelio está la alegría de nuestra vida (Evangelii Gaudiun, 2013) y, en ese sentido, necesitamos profundizar nuestra historia. La familia debe estar fundamentada en una relación de pleno amor que refuerza a cada día la estructura de la unión familiar (Amoris Laetitia, 2016), en la Christus Vivit (2019), tenemos una bella orientación para que los jóvenes vivan la fe y fortalezcan la esperanza en la verdad que dignifica al ser humano, porque Cristo vive entre nosotros. Todos los demás documentos emitidos por Francisco son contribuciones para la profundización de lo que significa ser discípulo del Señor y promotores del Reino de Dios a través de la misión de anunciar el santo evangelio.
Nosotros como Misioneros del Verbo Divino, que tenemos anclado nuestro carisma en el entendimiento de que Dios se encarnó en Jesucristo para que todos los pueblos, naciones y culturas conozcan la verdad libertadora que nos trae la paz y la salvación, debemos buscar en la herencia del papa Francisco fortalecer la naturaleza de nuestra comunión misionera con pleno fundamento en Cristo, el Verbo eterno de Dios.
El pontificado de Francisco no puede ser resumido como apenas un período más en que la Iglesia fue gobernada por uno de sus miembros de alto orden, y que vivió una realidad dentro de su contexto. El pontificado de Francisco debe ser interpretado como un desafío contra el mundo, una confrontación con la humanidad estancada en el deseo de placer sin límites. Francisco, como verdadero siervo de Dios, se dejó guiar por el Espíritu Santo porque Dios mismo le reveló quien era el Cristo, a ejemplo de Pedro en el pasaje de Cesarea de Filipo. Que todo lo que Francisco nos ha dejado nos ayude a abrir nuestro corazón y nuestra mente al deseo de Dios para que cumplamos con fidelidad el ejercicio de la fe de confiar en la gracia divina y ser testigos de la luz de Cristo.
En el libro, La encarnación del Hijo de Dios, el autor Ulrich Miller (Loyola, 2004) nos habla del cristianismo como la gran novedad para el mundo, en que la humanidad pudo en verdad conocer a Dios. Así inspiremos, en el servicio del Papa Francisco, nuestra misión de anunciadores del Verbo Divino que por el misterio de la encarnación se hizo hombre, y sigue presente entre nosotros por su resurrección.
Nosotros que nos identificamos con la misión intercultural, sobre todo por medio del diálogo profético, vemos a Francisco como un gran maestro de la misión de evangelizar, saliendo a las periferias existenciales, poniendo los pies en la tierra donde están los más vulnerables, migrantes y desechados. Una misión divina de servicio para el bien de todos, para que todos tengan vida en abundancia, como dijo Jesús mismo (Jn 10, 10).
Como misioneros, que caminamos anunciando la verdad encarnada del Verbo Divino, vayamos a las periferias y transmitamos el oxígeno de la vida cristiana para que la fraternidad, en el amor y la paz, sea una realidad palpable que alcance a todos. Si somos misioneros para el mundo, dejémonos alimentar por las enseñanzas del discipulado de Francisco, especialmente a las que se refieren a la tarea de llevar el Evangelio a todos los rincones del orbe, servir a los demás y transformar la sociedad a través de la fe y el amor.
Como testigos de la luz, al celebrar los ciento y cincuenta años de fundación de la Sociedad del Verbo Divino, dejemos que la luz del pontificado de Francisco no se apague ni disminuya; al contrario, que su testimonio sea también luz que nos lleve a la misión con ánimo, siendo abiertos al acogimiento con la ternura que tuvo Francisco para amar y abrazar a todos indistintamente. Dios nos ama a todos y por eso “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14).
Francisco nos recordó que si Dios en su infinita misericordia acoge a todos, así también la Iglesia debe acoger a todos con amor, sin olvidar que somos hermanos en Cristo, miembros de una Iglesia que por su esencia debe acoger a los pobres, a los débiles y pecadores. Si creemos en la resurrección de Cristo, tengamos la certeza que Francisco seguirá vivo en la misión de la Iglesia que es santa, profética, universal y misionera.
Padre Marcelo Oliveira, SVD – Nicaragua