LA MISIÓN ROJA EN AMÉRICA LATINA

P. Marcelo Oliveira, SVD
El panorama misionero de la Iglesia está representado universalmente por algunos colores que simbolizan la realidad y el contexto histórico de cada continente. El verde, el rojo, el blanco, el azul y el amarillo son eclesialmente llamados colores misioneros. El color verde recuerda a África, con sus bosques y también la esperanza por el crecimiento de la fe cristiana. El color rojo nos recuerda a América, por los primeros habitantes, los indígenas “pieles rojas” como fueron llamados inicialmente, también por la sangre de los mártires derramados en este continente en la época de la colonización.
El color blanco representa a Europa, por las características de su raza y que aporta un amplio significado en su influencia global. El color azul nos recuerda a Oceanía, un continente formado por muchas islas de inmensa belleza natural, con gente variada y culturas impresionantes. El color amarillo representa Asia, un continente de pueblos considerados amarillos, cuna de civilizaciones, culturas y religiones antiguas. En este lugar vive casi la mitad de la población del planeta y el menor porcentaje de cristianos.
Podemos ver que hay una diferencia en el simbolismo del color rojo que representa al continente americano respecto a los demás, el rojo va más allá del aspecto cultural, resalta el sufrimiento y dolor de a quienes les fue robada su historia y dignidad, padeciendo la explotación asesina y dominante de los que tenían la fuerza controladora en el mundo. La historia de los pueblos latinoamericanos es roja, primero por la sangre de los indígenas que vivieron por primera vez en estas tierras, violentamente robadas y explotadas, seguida por la de los esclavos que construyeron gran parte de este continente, sufriendo en sus cuerpos la máxima expresión de la maldad del ser humano.
Y también las mujeres, rechazadas en su valor existencial, que fueron utilizadas para satisfacer el placer sexual y la organización doméstica. Los niños, ante la situación de sus padres, ciertamente perdieron el camino hacia la esperanza y el futuro. En este contexto, no podemos olvidar la región anglosajona que convirtió a Estados Unidos en la gran potencia mundial; en estas pocas líneas vemos descrita la forma en que se formó el continente americano.
El rojo que representa la sangrienta historia de los pueblos latinos está íntimamente ligado al misterio que sustenta nuestra unidad de fe católica. La sangre de Cristo derramada en la Cruz, que inspira nuestra vida misionera, refleja el mismo significado que la sangre derramada en suelo americano. En el misterio pascual, centro de nuestra fe, contemplamos la condenación de Jesús, que nos hace comprender que el rojo de su sangre es el color del amor que genera justicia y paz.
La historia de la Iglesia en América Latina deja muy claro que la sangre derramada por los mártires en esta tierra se convierte en símbolo de santificación, y quien no comprende el significado de la sangre de Jesús en la Cruz, no comprende el significado de la sangre de los mártires, no comprende el camino de la santidad y, en consecuencia, no comprende el amor divino y liberador revelado por Cristo.
Es muy común entre los protestantes y algunos católicos escuchar la expresión “la sangre de Jesús tiene poder”, todos los cristianos de alguna manera compartimos esta comprensión basada en la fe que nos hace creer que hay poder divino en la sangre de Jesús. Sin embargo, para el servicio misionero dentro de una tierra en la que el color rojo hace referencia a quienes en ella derramaron su sangre, es necesario que tengamos una definición clara y evidente de esta “sangre poderosa”. La sangre indica el mantenimiento de la vida, todo animal necesita una cantidad básica de sangre para mantener su organismo en equilibrio y sano, por eso reconocemos físicamente el poder de la sangre. Sin embargo, nuestra comprensión del poder de la sangre de Jesús, a la luz de la fe, debe residir en su entrega incondicional por amor a Dios y a la humanidad.
Toda manifestación de la fe cristiana merece respeto, pero exclamar el poder de la sangre de Jesús sin resaltar los motivos que llevaron a su derramamiento y condenación en la cruz, como hacen muchos cristianos, transmite un significado distorsionado de la poderosa sangre de Cristo, lo que lleva a mucha gente a creer en un poder meramente mágico que nada tiene que ver con la fidelidad a la misión de Dios.
La interpretación judía de la carne y la sangre de una persona hace mención a la plenitud de su existencia formada en su historia (carne) y en su sangre (vida). En el misterio eucarístico donde consagramos el pan y el vino a petición de Jesús, recordamos su historia y su vida y al mismo tiempo lo vemos convertido en alimento que nos fortalece en el discipulado para promover el Reino (Mt 26, 17–30; Mc 14, 12–26; Lc 22, 7–39).
El término griego Anamnesis, que religiosamente significa memorial, conmemoración, recuerdo, ampliamente estudiado por la teología, nos invita a acercar nuestra realidad a la experiencia de un hecho histórico. La misión en América Latina, representada en rojo, nos lleva a interpretar humanamente el misterio divino revelado por Cristo en la Cruz. Esto se define para nosotros en el anuncio del evangelio como fundamento de la dignidad de las personas, fieles al compromiso de Cristo con Dios, que dio su vida por la salvación de todos.
El apóstol Pablo presenta un mensaje que hace más fácil comprender la esencia de la vida misionera en el contexto latinoamericano cuando dice en su carta a los Gálatas “Estoy crucificado con Cristo. Así que ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. La vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20).
La misión de anunciar el evangelio y promover el Reino no tiene naturaleza humana, el amor a Cristo puesto en nuestros corazones por el poder del Espíritu Santo significa que toda entrega misionera tiene su naturaleza en Dios. Las Constituciones de la Congregación del Verbo Divino [105] nos lo enseñan claramente cuando afirman que: “Toda actividad misionera es por naturaleza acción del Espíritu Santo”, si creemos que la acción del Espíritu Santo une a Dios nuestro Padre Creador con Jesús nuestro Salvador en consecuencia todos los que creen en el misterio trinitario de la unidad entre Dios, Jesús y el Espíritu Santo deben hacerse discípulos del Reino de Dios en una misión fraterna de amor, teniendo como referencia el cuerpo y la sangre de Cristo que a través de la Cruz, libera a los oprimidos.
La misión de la Iglesia en América Latina en su carácter liberador y generador de paz, justicia y comunión respecto a épocas anteriores se ha debilitado mucho. El crecimiento de prácticas conservadoras y tradicionalistas que oponen la historia marcada por el seguimiento radical de Jesús a una interpretación científica y social de la Sagrada Escritura ha afectado negativamente la evangelización en el ámbito latinoamericano. Los “falsos profetas” se han extendido de manera indefinible, especialmente en las periferias y lugares con perspectivas complejas sobre la estabilidad económica.
En la política, un religiosismo fanático centrado en un cristianismo fanático y completamente fuera del evangelio, ha ganado grande espacio en muchos países latinos, lo que ha llevado al surgimiento de regímenes políticos extremistas basado en la exclusión de los más vulnerables. Todo extremismo es peligroso y cuando está relacionado con la religión y la política las consecuencias son terribles para la sociedad. El pueblo latino ya ha sufrido mucho por la explotación, el imperialismo y las dictaduras que fueron y son causas de masacres y exterminio.
Por si fuera poco, han surgido grupos extremistas, vinculados a la religión cristiana, que extienden un discurso de odio, prejuicios, racismo y violencia, con el fin de regresar a antiguos modelos sociales en los que imperaba una dominación opresiva, realidad muy similar a la que enfrentó el mismo Jesús. Es incomprensible que una misión de los discípulos de Jesús que hace referencia al color rojo de la sangre de quienes donaron su vida en defensa de la dignidad de las personas se deje contaminar por un espíritu diabólico que nos separa del misterio eucarístico donde se contempla la propia sangre de Jesús.
La liturgia de nuestras celebraciones debe ser respetada y seguida dentro de lo que entendemos del misterio dejado por Cristo, en la Eucaristía celebramos la vida, la muerte y el esplendor de la resurrección de Jesús. En el Misterio Pascual se expresa plenamente el Cuerpo de Cristo, sangre que fluye para la vida del mundo y la liberación de los pueblos.
La belleza de nuestra liturgia reside en la esencia de lo que celebramos, que es la naturaleza del amor de Dios, la razón de nuestra existencia, que encontramos en Jesucristo. En un análisis del contexto socioeconómico latinoamericano podemos entender que la misión en este territorio se asemeja bastante a la realidad a la que fueron sometidos los setenta y dos discípulos enviados por Jesús en el relato del inicio del capítulo diez de Lucas: “os envío como a corderos en medio de lobos” (Lc. 10, 1-9).
En el XVIII capítulo general de la Sociedad del Verbo Divino nos inspiramos en el tema “Enraizados en la Palabra, el amor de Cristo nos urge”. Si realmente estamos enraizados en la palabra de Dios manifestada en la historia del pueblo de Israel, en Moisés, en los profetas y en los salmos (Lc. 24, 44) y concretizada en Jesús a través del evangelio y retransmitido al mundo por los apóstoles y discípulos y si el amor de Cristo nos urge, es necesario reconocer que los profetas, Jesús, sus apóstoles y discípulos siguieron el mismo camino del martirio y reflejan el color rojo de la sangre a la humanidad. La misión de anunciar el evangelio y promover el Reino en el discipulado de Jesús debe basarse principalmente en la Palabra y el amor de Dios que se define en la Cruz y que celebramos en la Eucaristía.
Así, la ropa y otros atuendos espléndidos junto con oraciones y cantos fuertes en nuestras celebraciones tienen poca importancia o incluso son prescindibles porque borran el significado real de lo que celebramos y buscamos vivir, que es la misión basada en la Palabra y el amor. Que todos los que estamos en misión en América Latina no ignoremos el rojo que marca la vida en Dios y permanezcamos unidos como discípulos de la verdad que es Cristo porque “la vida entregada a la misión es preciosa” y que siempre podamos decir a Jesús: “que tu vida sea nuestra vida y tu misión sea nuestra misión”.
En 2024 tuvimos nuestro XIX capítulo general, donde nos inspiramos sobre la luz que debe brillar a los demás, en la misión la luz que nos ilumina es el evangelio de Jesús que genera paz, amor y esperanza. El capítulo nos provocó a ser “discípulos fieles en un mundo herido”, tengamos en mente que somos redimidos por la sangre de Cristo que surgieron de las heridas su cuerpo en su condenación en la Cruz.
Que busquemos sanar las heridas del mundo en nuestra misión intercultural, pero que no se pierda en la reflexión de nuestra entrega misionera en América Latina la mirada roja influenciada por la sangre de los que fieles a Cristo entregaron su vida en amor a Dios por el servicio a los demás, sobre todo los desamparados.